martes, 4 de mayo de 2010

Frustrarse o no hacerlo, esa es la cuestión.

La verdad es que hoy me he dado cuenta que en esta profesión es muy fácil hablar, pero que lo que pedimos a nuestros alumnos en ocasiones habría que saber aplicárselo uno a la propia vida.
Cuento el caso, nada extraño por otro lado. Un alumno del Viejo Rodolfo suele coger rabietas cuando se le obliga a hacer cosas que a él no le gustan, o que no le parecen bien. No es un niño muy enrevesado, y se le ve venir. Suele meter la pata y perder el control, con lo que agrava sus problemas con malas contestaciones, y como alguno de su tamaño esté cerca puede correr peligro.
En resumen, cuando las cosas no salen como él desea, le cuesta horrores sobreponerse.
¿No nos pasa eso muchas veces a los adultos? Hoy he sufrido diversos reveses -nada realmente importante-, y gracias a que me he imaginado como mi alumno, he conseguido sobreponerme. Hay que ser elegante e inteligente. Para ello ser maestro ayuda, porque constantemente uno le está recordando a sus alumnos cómo deberían hacerse las cosas. Aplicarse ese cuento es una buena receta. Para colegas, y para quienes no lo son...

No hay comentarios: