lunes, 5 de julio de 2010

Los puestos de poder

El poder es una realidad presente en todas las esferas de la vida. La RAE lo define en su primera acepción como tener expedita la facultad o potencia de hacer algo, lo que me arriesgo a interpretar como la capacidad de decidir o de influir. En algo o en alguien. Del poder tenemos todos los seres humanos conocimiento inmediato, porque hemos sido hijos, alumnos, trabajdores, ciudadanos, etc.
Por el poder los que lo ejercen tienen influencia para modificar el tránsito de las cosas que suceden, impidiendo o favireciendo su suceso. Y eso da mucho vértigo... para quien se lo plantea y tiene respeto a las consecuencias que ineludiblemente eso tiene para las vidas de los semejantes.

Pero el poder tiene también sus atractivos, porque seguro que reviste al poderoso, le da prestigio -quizá por los aduladores, por los que temen, por los que lo necesitan- otros beneficios que se añaden al propio ejercicio de ese rol.

Esto sería una reflexión bastante general, pero lo que últimamente me acompaña otra mucho más concreta: ¿por qué los puestos de poder no los ocupan siempre los más dignos, los más válidos, los más sabios, los más bondadosos? ¿No sería eso lo mejor? Las decisiones serían las más sabias, las más ponderadas, las más constructivas, las menos dolorosas...

¿Pero no es verdad que la realidad es que muchas veces los ocupan aquellos que desean beneficiarse de esos aderezos que el poder da a quien ocupa el lugar propicio para ejercerlo? Y esto sucede a todas las escalas y en todos los terrenos, no vayamos a hablar tan pronto de los políticos...

Ese es quizás uno de los grandes problemas de las sociedades humanas. Y difícil de resolver, porque son legión las obras de arte y de pensamiento que versan sobre esta compleja cuestión. Ahora mismo me vienen a la memoria algunas como El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien, Ricardo III o Hamlet de Shakespeare.

La propia organización del estado en los Estado Unidos de América se basa en crear contrapesos al poder, para que quien lo ejerza, con los riesgos que supone para los ciudadanos en caso de su ejercicio despótico (ya se sabe: el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente).

Yo hoy quiero terminar esta reflexión con un vídeo. La pena es que solo lo he encontrado en italiano (con un poco de esfuerzo se entiende bastante del contenido). El detalle es que Marco Aurelio quiere entregarle el poder a su general Máximo para que sea él quien renueve y reforme el Estado, aquejado de unas corruptelas que le han arrebatado su naturaleza original. La clave está en el segundo 4'24'', cuando Máximo argumenta la razón de su rechazo.

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