martes, 7 de septiembre de 2010

Horizontes

Supongo que se me quedó marcado un dibujo que hice en el colegio cuando tenía 13 años, y que eso convierte a esta foto -tomada el otro día en una tórrida tarde de agosto en pleno campo de Elche- en sugerente.

Está claro que todo converge en esa claridad que aparece al fondo de la imagen, donde surge el camino a mano derecha que lleva a la vieja casona descuidada. Todo va hacia allí: arboleda, márgenes del asfalto, el triángulo de cielo azul -lástima que la cámara del móvil no pueda reflejarlo y quede demasiado lechoso-... Es más, si faltara algo, la línea blanca de la carretera lo deja muy claro: camino hacia ese lugar.

Yo sé donde va, porque lo he recorrido otras veces. Pero la instantánea me sugirió eso: caminamos hacia un lugar desconocido, el futuro. Cada uno con sus pertrechos y con sus compañeros. Y en eso gastamos nuestras fuerzas. Incluso es lo que nos da la energía y la costumbre de seguir la vereda. No hay modo de pararse, salvo en los instantes en los que tratamos de eternizar las cosas: memoria, fotos, palabras, este rincón virtual. Lo que sea para recordarnos que de la eternidad por lo menos tenemos la nostalgia y el anhelo. ¿O es precisamente este destino el que nos hace valorarlo de un modo tan especial? Porque hay incluso la promesa de poder recibirla -conquistarla nos viene demasiado grande-. Me intriga mucho.

Y todo porque en este trozo de carretera uno puede liberarse no de pedalear pero sí del solazo que cae por estos lares...

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