domingo, 12 de julio de 2009

Quo vadis, Domine?


En 1951 este clásico de la épica bíblica fue candidata a ocho óscars, pero no obtuvo ninguno -con permiso de Karl Malden, considero que la interpretación de Peter Ustinov mereció el premio-. No obstante, es una de las piedras miliares de un género no agotado. El tablero de juego es análogo al de The Robe: un mundo romano en decadencia que se encuentra con un movimiento religioso profundamente revitalizador, una nueva visión del mundo, del hombre y de Dios que cambia todo.

Dirigida por Mervin LeRoy con gusto, combina razonablemente bien la grandiosidad que brindan secuencias generales tales como la entrada vistoriosa de Marco Vinicio en roma, las imégenes del incendio, las del circo. Quizás en lo que más se nota la evolución del arte cinematográfico es en el tono sentimentalista de las esecnas más íntimas, pues algunos personajes tienen pocas aristas y los planteamientos son un tanto simples. Lo cierto es que la trama en esos momentos supera a los actores, salvo en los casos en que la genialidad del actor queda manifiesta.

La historia de amor entre Ligia -Deborah Kerr- y Marco Vinicio -Robert Taylor) es el hilo conductor, que además encarna el conflicto, la contraposición más profunda entre el oropel y el orden romano y su poder, el de los hombres, y un cristianismo naciente, íntegro, oculto, muy pegado a su pureza original. El asunto de la acusación infundiosa del incendio muestra que la Iglesia ha de soportar y surgir en la injusticia injustificada, manteniéndose firme en la esperanza. Marco, fiel soldado romano, experimenta a través del amor hacia la cristiana y bella Ligia un cambio progresivo, que mantiene hasta el final la tensión dramática de la obra.

En los tiempos del funesto Nerón y su poder omnímodo y caprichoso, la terrible y gran Roma se consume en su misma gloria. una fuerza espiritual puede renovar la naturaleza de uan sociedad según creencias más elevadas.

Detalles como la buena dirección de actores, que interpretan personajes señeros -los apóstoles Pedro y Pablo, Séneca y Petronio, que representan lo mejor de Roma- el valor crucial que tuvieron los estudios Cinecitá, la música de Miklos Rozsa, la escena de la pelea entre Ursus y el toro -verdadero clímax- son para recrearse.

Ese es el testimonio de la obra de Henrik Sinkiewicz, que puede llevarnos a reflexionar sobre el valor de una fe que si es vivida con autenticidad puede trasnformar las sociedades porque cambia a las personas.

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