jueves, 3 de junio de 2010

Sentido común


Dicen que el sentido común es el menos común de todos los sentidos, pero ¡diantres! ¡Qué falta nos hace por estos lares! He comentado con amigos cómo a pesar de todas las modernidades y de todo lo sofisticados que nos hacemos, a veces parece que de las cosas importantes estamos a considerable distancia de nuestros padres y abuelos. Quizás por eso hay hueco en medio de tanta fachada y campaña de diseño superchupi espacio para un señor como Leopoldo Abadía, que es como el abuelo chistoso y listo que todo nieto querría tener, que puede que no tenga la dentadura y la planta de tu presentador favorito de la tele, pero que dice cosas que nos gusta escuchar. Acaso porque son verdad (en esto se ve que no reniego de la condición humana...)

Una buena amiga me ha hecho llegar esta confesión que hace Leopoldo Abadía. Ya ha aparecido otra vez en este blog. Se ve que me interesa... Con él les dejo:

Leopoldo Abadía (autor de "La crisis Ninja") dice en su artículo: Me escribe un amigo qy me cuenta que no sabe qué hacer al respecto de sus hijos: no sabe si dejarles herencia para que estudien o gastarse el dinero con su mujer y que "Dios los coja confesados".
Lo de que Dios les coja confesados es un buen deseo, pero me parece
que no tiene que ver con su preocupación. En muchas conferencias, se levanta una señora (esto es pregunta de señoras) y dice esa frase que me a mí me hace tanta gracia: "¿qué mundo les vamos a dejar a nuestros hijos?"
Ahora, como me ven mayor y ven que mis hijos ya están crecidos
y que se manejan bien por el mundo, me suelen decir "¿qué mundo les vamos a dejar a nuestros nietos?"
Yo suelo tener una contestación, de la que cada vez estoy más
convencido: "¡y a mí, ¿qué me importa?!" Quizá suena un poco mal, pero es que, realmente, me importa muy poco.
Yo era hijo único. Ahora, cuando me reúno con los otros 64 miembros
de mi familia directa, pienso lo que dirían mis padres, si me vieran, porque de 1 a 65 hay mucha gente. Por lo menos, 64.
Mis padres fueron un modelo para mí. Se preocuparon mucho por mis
cosas, me animaron a estudiar fuera de casa (cosa fundamental, de la que hablaré otro día,que te ayuda a quitarte la boina y a descubrir que hay otros mundos fuera de tu pueblo, de tu calle y de tu piso), se volcaron para que fuera feliz. Y me exigieron mucho.Pero ¿qué mundo me dejaron? Pues mirad, me dejaron:
1. La guerra civil española

2. La segunda guerra mundial

3. Las dos bombas atómicas

4. Corea

5. Vietnam

6. Los Balcanes

7. Afganistán

8. Irak

9. Internet

10. La globalización

Y no sigo, porque ésta es la lista que me ha salido de un tirón, sin
pensar. Si pienso un poco, escribo un libro. ¿Vosotros creéis que mis padres pensaban en el mundo que me iban a dejar? ¡Si no se lo podían imaginar!
Lo que sí hicieron fue algo que nunca les agradeceré bastante:
intentar darme una muy buena formación. Si no la adquirí, fue culpa mía.
Eso es lo que yo quiero dejar a mis hijos, porque si me pongo a
pensar en lo que va a pasar en el futuro, me entrará la depre y además, no servirá para nada, porque no les ayudaré en lo más mínimo.
A mí me gustaría que mis hijos y los hijos de ese señor que me ha
escrito y los tuyos y los de los demás, fuesen gente responsable, sana, de mirada limpia, honrados, no murmuradores, sinceros, leales. Lo que por ahí se llama "buena gente".
Porque si son buena gente harán un mundo bueno. Y harán negocios
sanos. Y, si son capitalistas, demostrarán con sus hechos que el capitalismo es sano. (Si son mala gente, demostrarán con sus hechos que el capitalismo es sano, pero que ellos son unos sinvergüenzas.)
Por tanto, menos preocuparse por los hijos y más darles una buena
formación: que sepan distinguir el bien del mal, que no digan que todo vale, que piensen en los demás, que sean generosos. En estos puntos suspensivos podéis poner todas las cosas buenas que se os ocurran.
Al acabar una conferencia la semana pasada, se me acercó una señora
joven con dos hijos pequeños. Como también aquel día me habían preguntado lo del mundo que les vamos a dejar a nuestros hijos, ella me dijo que le preocupaba mucho más qué hijos íbamos a dejar a este mundo.
A la señora joven le sobraba sabiduría, y me hizo pensar. Y volví a
darme cuenta de la importancia de los padres. Porque es fácil eso de pensar en el mundo, en el futuro, en lo mal que está todo, pero mientras los padres no se den cuenta de que los hijos son cosa suya y de que si salen bien, la responsabilidad es un 97% suya y si salen mal, también, no arreglaremos las cosas.

Y el Gobierno y las Autonomías se agotarán haciendo Planes de Educación, quitando la asignatura de Filosofía y volviéndola a poner, añadiendo la asignatura de Historia de mi pueblo (por aquello de pensar en grande) o quitándola, dicendo que hay que saber inglés y todas esas cosas.

Pero lo fundamental es lo otro: los padres. Ya sé que todos tienen mucho trabajo, que las cosas no son como antes, que el padre y la madre llegan cansados a casa, que mientras llegan, los hijos ven la tele basuram que lo de la libertad es lo que se lleva, que la autoridad de los padres es del siglo pasado. Lo sé todo. TODO. Pero no vaya a ser que como lo sabemos todo, no hagamos NADA.

P.S.
1. No he hablado de los nietos, porque para eso tienen a sus padres.

2. Yo, con mis nietos, a merendar y a decir tonterías y a reírnos, y
a contarles las notas que sacaba su padre cuando era pequeño.
3. Y así, además de divertirme, quizá también ayudo a formarles.

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