
Hace unos días la hermandad que formamos un grupo de amigos muy cercano recibía un palo considerable, en forma de muerte inesperada. Aparte del choque y de la incomprensión, se me vino a la mente la realidad del riesgo en las vidas de los hombres.
Creo que no hace falta ser un avezado historiador -basta con hablar con los abuelos- para comprender que hace unos decenios la vida fue mucho más complicada e insegura. Es más, en gran parte de la tierra hay hombres y mujeres que pueden glosar esta experiencia en primera persona hoy mismo. Hoy tenemos la suerte de haber aprendido a comprender algunos secretos que encierra la creación, que aplicados a la tecnología o a la medicina hacen posible que obstáculos insalvables hoy sean cosa fácil.
Hemos aprendido a controlar muchos elementos de nuestra vida, y todo ello, bien reforzado por una serie de planteamientos vitales, ha adormecido esa sensación de profunda contingencia que es la existencia del hombre.
Pero las experiencias de la vida a veces nos despiertan del modo más descarnado. ¿No creéis?
(Otro día seguiré escribiendo sobre esto, porque tiene relevantes contrastes; últimamente prefiero dejar entradas cortas...)