miércoles, 7 de mayo de 2008

Deus charitas est


La carta encíclica del nuevo romano pontífice –durante mucho tiempo veré a Juan Pablo II como el titular de la plaza de San Pedro- ha supuesto un gran hallazgo. Si bien es cierto que cuando en la tarde primaveral en la que fue elegido muchos creyeron que llegaba un integrista inflexible para regir los destinos de la Iglesia Católica, el tiempo les está quitando la razón. Uno de los primeros mentís para esa tesis –muy comercial en algunos lares tan progres como nuestra España- fue este escrito.

Para quienes hemos hecho algún recorrido en la teología del siglo XX hemos encontrado a Ratzinger como una de las referencias insustituibles para saber de los temas esenciales de la fe cristiana y católica. Y pasó por el puesto más complicado de toda la Curia: Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, algo así como quien debe –por oficio- marcar los límites de lo que es católico de lo que no lo es. ¡Menudo jardín!...

El tema de la encíclica es el del título: que el corazón de la fe cristiana es haber creído en el amor de Dios revelado en Jesucristo. Y que esta vida nace no de la seducción ante una idea, sino de una experiencia de encuentro y de acogida personales.

Sigue con una interesante reflexión sobre el significado que le damos a la palabra y a la realidad del amor, buscando hacer notar la novedad de la perspectiva cristiana de esta humana realidad.

El amor se revela como la entraña y razón de ser de toda la oferta y la vida del cristiano. Eso es mucho decir.

Después hace un recorrido por la procelosa puesta en práctica. Para quien se vea interesado por una teología que no trata sino de exponer de forma ordenada, serena y sincera lo que la Iglesia cree, sería interesante darse una vueltecilla por el texto –cuesta poco más de dos euros-...

Quiero terminar esta entrada con un párrafo para pararse a pensar...

“El amor es una luz –en el fondo la única- que ilumina constantemente un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta encíclica.”

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