martes, 3 de marzo de 2009

La epístola a Diogneto


El estudio del cristianismo primitivo es una tarea apasionante. En esa frontera uno encuentra elementos esenciales para comprender la cultura occidental y la propia religión cristiana. Uno puede encontrar no solo información sobre el carácter del impacto de una nueva forma de pensar y de hacer que advino en un mundo tardoclásico, un mundo que seguramente habría sido muy diferente de no encontrar una cuña creativa, que abría frentes y señalaba las carencias de lo que hasta entonces era la sociedad, la persona y la historia.

Hay un texto -quizás un tanto hagiográfico- que destaca no solo lo que eran los cristianos de entonces en ese mundo, sino que puede reseñar lo que supone para un cristiano asumir su universo simbólico para hacerse congruente. Se trata de la Epístola a Diogneto.

Aquí puedes pinchar para leer el contenido. De todos modos, transcribo una fragmento muy interesante:

Porque los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. Porque no residen en alguna parte en ciudades suyas propias, ni usan una lengua distinta, ni practican alguna clase de vida extraordinaria. Ni tampoco poseen ninguna invención descubierta por la inteligencia o estudio de hombres ingeniosos, ni son maestros de algún dogma humano como son algunos. Pero si bien residen en ciudades de griegos y bárbaros, según ha dispuesto la suene de cada uno, y siguen las costumbres nativas en cuanto a alimento, vestido y otros arreglos de la vida, pese a todo, la constitución de su propia ciudadanía, que ellos nos muestran, es maravillosa (paradójica), y evidentemente desmiente lo que podría esperarse. Residen en sus propios países, pero sólo como transeúntes; comparten lo que les corresponde en todas las cosas como ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los forasteros. Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia (abortos). Celebran las comidas en común, pero cada uno tiene su esposa. Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la carne. Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes en sus propias vidas. Aman a todos los hombres, y son perseguidos por todos. No se hace caso de ellos, y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así están revestidos de vida. Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos. Se les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su deshonor. Se habla mal de ellos, y aún así son reivindicados. Son escarnecidos, y ellos bendicen; son insultados, y ellos respetan. Al hacer lo bueno son castigados como malhechores; siendo castigados se regocijan, como si con ello se les reavivara. Los judíos hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los persiguen, y, pese a todo, los que los aborrecen no pueden dar la razón de su hostilidad.


¿No se pueden sacar de aquí muchas conclusiones?

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