sábado, 23 de febrero de 2008

Reduccionismos

Los tiempos en los que nos han arrojado al ser, como apuntaría Heidegger, tienen elementos culturales que resultan curiosos. Existen los mitos, aunque quizás tan en el lenguaje de lo vigente que cuesta desentrañar su propio misterio. si es que se logra... Son paradojas que acaso nos creemos porque así se nos hace menos intranquilizador el desafío de la autenticidad y del valor del encuentro con el sentido existencial.

Hoy estoy escribiendo sobre el hecho de que se nos impone -a escala macro- muchas veces una exigencia de rentabilidad económica por encima de casi todo. Si no no se explicaría el olvido de franjas muy amplias de la población mundial... Y este reduccionismo, para el cual se hace al señor mercado como el juez de toda relación -vale más el contrato, vale menos la confianza-, funciona. ¿No hay una ventaja sobre el que parte de situaciones ya ventajosas? Sé que la rentabilidad es necesaria, ¿pero ha de ser el valor supremo?

De otro lado, se no hace presente un reduccionismo científico: solo lo demostrable puede ser verdadero, ¿no es así? Un halo de desconfianza se cierne sobre quienes apelan a otro tipo de razones...

Una de las gandezas de Occidente es haber hallado la ciencia natural como método de exploración y de aplicaciones técnicas. Pero de tanto reducir estamos perdiendo oído para otras dimesiones del corazón del hombre que ahí están. ¿Saben que en una ciudad como Madrid hay más advinadores, brujos y demás "sabios" que sacerdotes católicos en números absolutos? Quizás como dejó escrito el gran Chesterton: "desde que los hombres ya no creen en Dios no es que no crean en nada, es que creen en todo".

Ale, pues, a seguir abriendo puertas. ¿O te conformas con lo que hay?

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