viernes, 9 de octubre de 2009

La religiosidad no cesa


Suele ser una presencia esquiva, acaso furtiva, pero constante. A pesar de los pesares, la religiosidad está presente en la vida del mundo, de los hombres, y arrancarla de la vida social -como dicta el programa laicista- supone cercenar una parte insustutible de lo que somos.

Lo digo al hilo de las circunstancias que han rodeado la muerte y el funeral del cabo del ejército español Cristo Ancor Cabello Santana. Hay dos detalles que me han hecho pensar en este asunto.

Primero, el dato curioso de que el soldado estaba preparándose para ser bautizado, y que tuvo que recibir el bautismo mientras agonizaba, en el hospital de Herat. A la sazón ha sido enterrado con la concha con la que Cristo fue hecho cristiano, según su deseo.

Segundo, me han subyugado las palabras pronunciadas en la homilía de su funeral por Monseñor Juan del Río, arzobispo castrense, apelando a lo más noble que puede significar un ejército, su vocación de servicio y de empeño por construir la paz, así como el valor que tiene la esperanza invicta de que contra todo pronóstico, el camino de Cristo Ancor hacia la verdadera patria ha tenido un impulso definitivo en el cumplimiento de una misión en tierra extraña. Dios nos guarde de olvidar nuestra fe, pues ella puede guiarnos en un proceloso mar como faro invencible.

Y todo esto en los morros de nuestros políticos, los que no dan la talla. Casi nunca.

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