lunes, 13 de abril de 2009

El maestro paseaba por Cuenca.


Lloviznaba aguanieve en Cuenca. En pleno abril. Los rigores de la séptima luna no perdonan ni a los turbos... Caminaba deprisa porque así entraba en calor y el inoportuno resfriado que me había reservado el Jueves Santo parecía apartarse. Camino del Monumento de San Fernando rodeé tras la gasolinera que hay justo al lado de la estación de autobuses, bueno a unos doscientos metros, y me crucé con él. Mira que un día antes, al pasar por la academia donde recibí sus oportunos consejos para aprobar las oposiciones, me repetí que si lo viera debería recordarle que me hizo un gran favor con su experiencia y su saber, que su trabajo había tenido una gran utilidad... otra vez más.

Pero no lo saludé. Por un momento pensé que podía ser otro, que hay mucha gente que se parece, que no soy bueno con las caras, que podía ser un familiar suyo, o incluso un hermano gemelo. Siempre abigarramos de excusas inverosimiles nuestras decisiones cobardes. Pero hubo otro detalle por el que se me hizo cuesta arriba saludarlo: su forma de andar.

Lo había conocido hace casi una década, como ya he dicho, preparando oposiciones. No recuerdo bien en qué circunstancias se me presentó la ocasión, pero el caso es que me preparó durante un año, enseñándome los vericuetos del proceso y las estrategias eficaces que me llevarían a un éxito profesional que depués llegó de un modo insospechado. Un hombre de Castilla, común, pasajero, con un rostro tranquilo, experto de lo suyo y hábil en convocar lo mejor de quienes aprendían sus lecciones sencillas.

Dios, cómo había cambiado: la mirada ensimismada, un chándal común, un paraguas de vivo color, unas zapatillas de andariego dominical, unos pasos rápidos y débiles... ¿Estaría enfermo? ¿Son tantos diez años? ¿Acaso las cosas han cambiado tanto?

Me sentí orgulloso de haber sido alumno suyo, uno más, aunque en distancia. Me abrigó un sentimiento de abatimiento: las cosas van cambiando, los trenes pasan, las cosas llegan y se van. Me sacó de ese sueño de estabilidad en que parece que quedan las cosas cuando no las contemplamos cotidianamente. Me explicó sin querer otra lección más: la vida nos cambia, los años pasan, y solo queda el bien o el mal que hayamos hecho. Acaso por eso pensamos que nuestras acciones tiene un destino de eternidad.

Navegando por la red me he dado cuenta de que ha seguido publicando libritos sobre cosas cercanas y curiosas, como buen maestro que ha sido. Si algún día me vuelvo a cruzar con él, ¿qué volveré a hacer? Debería haberle saludado.

No hay comentarios: