En mi recorrido por el panorama mundial globalizado, me ha venido un documento de la Comisión Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Francesa (http://www.mercaba.org/DOCTRINA%20SOCIAL/OB/control_mundializacion.1999.pdf) que es muy realista y que, aprovechando la fecunda tradición desde la que habla, nos plantea dos imágenes muy distintas en sus planteamientos y efectos sobre lo que puede ser el camino de globalización (o mundialización, como prefieren decir los franceses)...

El primero es BABEL: los hombres desearon (se puede encontrar el pasaje en el Génesis, capítulo 11) construir una torre que les llevara hasta el cielo -la morada de Dios-, y éste, celoso por tamaña pretensión, los "castigó" confundiendo sus lenguas, impidiendo su comunicación. La pretensión, o el modo de desarrollarlo, los llevó a la confusión y el fracaso.

El segundo es PENTECOSTÉS (Hechos de los Apóstoles, capítulo 2): los seguidores del Resucitado, atemorizados, reciben en el fuego el Espíritu, y se lanzan al mundo con una fuerza y sabiduría renovada, con un horizonte de actuación ilimitado.
En ambos planteamientos hay una intencionalidad universalizante. El primero fracasa, porque viene a ser como una osadía, jugar a ser lo que el hombre no es (Dios). Venía presidido por el afán de poder. El segundo tiene éxito, porque el camino es ser fiel a una llamada universal a la comunión entre los hombres, y las diversas lenguas son el camino para transmitir algo que mueve las vidas de la gente común.
¿Qué tipo de apuesta estamos haciendo los hombres del siglo XXI? ¿Y qué apuesta estamos haciendo cada uno de nosotros?